jueves, 18 de febrero de 2016

Jirones de una biblioteca

Hoy, mientras mi hermano y yo volvíamos a casa, nos fijamos en una bolsa situada entre dos contenedores de basura. Quizás otras personas hubiesen seguido caminando, quizás otras ni se hubiesen fijado siquiera en aquella anodina y ligeramente descolorida bolsa, quizás alguien con prisa o simplemente demasiado poco curioso lo hubiese dejado correr, pero yo me sentí atraída enseguida por la posibilidad de encontrar algo interesante entre esos trozos de plástico.



Y es que, si uno se fija, esas bolsas de al lado de los contenedores suelen tener cosas inusuales. Me explico, contienen cosas que la gente considera que no necesita más, bien se cansaron de ellas, bien les faltaba espacio para guardarlas, o bien tiene cualquier razón válida para abandonarlas. También cabe la posibilidad de que sean en efecto, inútil basura, que o no cabía en el contenedor o nuestro ciudadano en cuestión no supo clasificar o simplemente le dio pereza hacerlo .
Pero la mayoría de las veces se tratan de esos objetos que aún tienen vida útil, pero que uno no es capaz de aprovechar, y decide dejar la posibilidad de que otras personas encuentren qué hacer con ellos. Un par de zapatos que se quedaron pequeños. Una lámpara que has decidido que ya no pega con el estilo del salón. Una bici que tu hijo ya no usa porque se le has comprado una moto, craso error cometido. La ropa que encontraste en el fondo del armario, de cuando eras más pequeña, menuda y parecías una barbie.
En fin, que echándole vistazo a esos huecos entre los contenedores puedes encontrarte cualquier tipo de instrumento, objeto, telar o estupidez.

Nosotros, al acercarnos, nos percatamos de que la bolsa estaba hasta los topes de libros, de diferente tamaño, y por lo poco que pudimos avistar, de diferentes encuadernaciones y temas, ya que se atisbaba  el nombre de Julio Verne, a Lovecraft y a la vez a un desconocido Francisco García Pavón. Cabe decir que si de algo me puedo enorgullecer es de mi cultura literaria, cada vez más extensa, arraigada en mi mente y aunque con menos fuerza, en la de mi hermano, desde una pronta edad. Además, siento una debilidad por los libros antiguos, desconocidos, y  aquellos que sólo tienen el título en el lomo, sin autor, contraportada o portada misma. Ante semejante descubrimiento, no pudimos sino cargar con la pesada bolsa de libros el resto del trayecto, tras una breve discusión que terminó casi antes de empezar.
Nada más llegar a casa, mi padre se unió a nosotros, con entusiasmo, quizá un poco más moderado que el nuestro, pero presente. En la cocina se mezclaron los olores a comida recién hecha y humedad, antigüedad, papel. Revisamos los quince libros escondidos, y cada cual era diferente.

Ya que tanto las temáticas como los autores parecen distar tanto entre sí, he decidido dedicar a cada libro una entrada, una pequeña búsqueda personal, e intentaré sumergirme en las historias que relatan al menos tres de ellos, de momento. Si fuese inmediato, los leería todos, pero están las cuestiones del tiempo del que dispongo y los otros libros que ocupan un puesto más elevado en la lista de espera. Por tanto, procuraré informarme de cada uno, para comprobar si mantienen una relación entre ellos, para satisfacer mi curiosidad, y para decidir si estos jirones de la biblioteca de otra persona merecen un espacio en la mía propia. Espero disfrutar del viaje, puesto que cada libro siempre aporta algo, único en sí mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario